EL VIAJERO. Geografía íntima.

VIAJE A DOS OJOS Y UNA LUNA LLENA

Una playa bajo la luna llena.

Dicen que al final toda la vida se pasa por la cabeza en cuestión de segundos, como si fuese una secuencia de fotogramas. 

Es como si el viajero viese una secuencia de sus viajes en un instante.

El momento es tan breve que los fotogramas están seleccionados.

Empieza el viaje a uno de esos pocos fotogramas. 

Empieza el viaje a una playa bajo la luna llena.

Un día, mejor una tarde, llovía en la playa. No les importó. Sabían que sólo había que aguantar un rato. El cielo estaba completamente oscuro, pero creían que pasaría. 

Con una toalla hicieron su techo, con otra su suelo, y entre el suelo y el techo una gran ventana para ver un mar que se empeñaba en ser de color verde.

Ella había venido desde lejos. Nunca supo medir la distancia, ni sus fuerzas, ni sus ganas de bailar.

Sólo sabía que la noche es para bailar. 

A veces no se puede esperar a que empiece una canción y los viajeros se cuelan en la pista para dar los últimos pasos de cualquier son … 

El viajero bailaba, pero ella sabía bailar. Uno de los bailes con un desconocido que también sabía le dejó al viajero ver, mejor mirar, mejor admirar su forma de bailar, ya decía Azorín que a los mujeres no se las mira, se las admira.

Ella había venido desde lejos. Nunca supo medir la distancia, ni sus fuerzas, ni sus ganas de bailar.

A veces hace calor hasta en un lugar donde se juntan las montañas, siempre verdes, con el mar.

A veces el calor empuja a acabar bailando por la arena de la playa, entre las olas, bajo una inmensa luna llena.  

Ella había venido desde lejos. Nunca supo medir la distancia, ni sus fuerzas, ni sus ganas de bailar.

A veces hay pescadores sonámbulos por la playa que cierran sus ojos ante las curvas que iluminan la inmensa luna llena.

A veces hay un poste en la playa que sirve de perchero. Un poste en el que rasgar dos letras y un corazón.  

A veces un viajero de antes rejuvenece a la luz de la luna. A veces el viajero no sabe medir su edad.

A veces una chaqueta de antes sirve de toalla de hoy.

A veces unos ojos iluminan una playa más que todas las lunas llenas.

A veces una noche se recuerda … en el último fotograma … como un fogonazo de luz entre la olas.  

A veces sólo se tiene un deseo: parar el momento como si fuese una fotografía. A veces el viajero no sabe medir el paso del tiempo.
 

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